Domingo 19 de noviembre
33 del tiempo ordinario
mateo 25,14-30
Hay a quien los paraliza el miedo a correr riesgos. A
otros los asusta el asumir responsabilidades que les complicarán la vida. Hay
quienes se han incapacitado para todo lo que requiera esfuerzo y prefieren
vivir satisfaciendo los instintos de siempre.
Pero esa forma de vida, aparentemente la más fácil y cómoda, es
triste y dura porque, con razón decía san Gregorio de Nisa es una “vida
muerta”. Una vida sin vida y sin alegría verdadera.
La parábola de los talentos es realmente
sorprendente: Jesús condena de manera tajante al hombre que solo sabe
conservar su vida “enterrándola” por miedo a riesgos y complicaciones posibles.
Seguir a Jesús es fundamentalmente vivir creciendo. Liberarnos
día a día de todo lo que desde dentro o desde fuera nos bloquea y paraliza.
Necesitamos romper ataduras, servidumbres y cobardías que nos esterilizan y
matan como personas y como creyentes.
Siempre podemos cambiar y ser mejores. Siempre podemos liberar
en nosotros las fuerzas de una vida más noble y generosa. Intensificar nuestro
amor a cada persona. Generar más vida a nuestro alrededor.
Alguien
ha dicho que «la apatía constituye el pecado clave del mundo moderno» Apatía
que significa abandono y renuncia a ser realmente persona. Negativa a asumir
los riesgos de una vida responsable.
Los cristianos hemos visto con frecuencia al pecador como el
hombre soberbio, de actitud rebelde y desafiante. Quizás tengamos que recordar
más este otro pecado de quien renuncia a las implicaciones de su propia
dignidad humana.
Cada uno tenemos ante nosotros un quehacer al que no podemos
renunciar.
Renunciar a la creatividad, no arriesgarse a crecer como
personas, no comprometernos en la construcción de una sociedad mejor, es
enterrar nuestra vida y traicionar no solo nuestra propia dignidad humana sino
también los designios del Creador.