Domingo 10 de junio
La Trinidad
Juan 3,16-18
Cuentan que una profesora pregunta a sus
alumnos: ¿Cómo sabemos que Dios existe? Cada uno fue dando su propia respuesta.
Pero la profesora seguía insistiendo como si no estuviese satisfecha con las respuestas.
Queriendo echarles un mano añadió: Y cómo saber que Dios existe si ninguno lo
hemos visto? Todos se quedaron callados. Para los niños es evidente que lo que
no se ve o se toca no existe. Hasta que un pequeño que era tímido, levantó la
mano y tímidamente y respondió: Señorita. Dios es como el azúcar. Mi madre me
dijo que DIOS ES COMO EL AZÚCAR, en mi leche que ella prepara todas las
mañanas. Yo no veo el azúcar que está dentro de la taza en medio de la leche,
pero si la leche no tiene azúcar se queda sin sabor.
Dios existe, y está siempre en el medio de nosotros, solo que no lo vemos. Yo quería enseñaros y sois vosotros quienes me habéis enseñado a mí. Yo ahora sé que Dios es nuestro azúcar en la vida. La profesora emocionada le dio un beso.
¿A alguien de nosotros se le ocurriría definir a Dios como una cucharada o un terrón de azúcar? De seguro que nosotros daríamos una definición de Dios mucho más técnica y científica. Pero bastante más inútil. La prueba el mismo título que le damos a Dios: “Santísima Trinidad”. Y con eso ya nos quedamos tan tranquilos.
Dios existe, y está siempre en el medio de nosotros, solo que no lo vemos. Yo quería enseñaros y sois vosotros quienes me habéis enseñado a mí. Yo ahora sé que Dios es nuestro azúcar en la vida. La profesora emocionada le dio un beso.
¿A alguien de nosotros se le ocurriría definir a Dios como una cucharada o un terrón de azúcar? De seguro que nosotros daríamos una definición de Dios mucho más técnica y científica. Pero bastante más inútil. La prueba el mismo título que le damos a Dios: “Santísima Trinidad”. Y con eso ya nos quedamos tan tranquilos.
Hablamos
de “misterios” en nuestra fe, como el de la Trinidad. Pero el único y verdadero
misterio de nuestra fe es el hecho de que Dios esté enamorado de la humanidad.
De cada uno de nosotros. Y eso es lo que nos dice el evangelio de hoy.