Domingo 26 de febrero
8 del tiempo ordinario
Mateo 6,24-34
El hombre rico estaba construyendo una enorme caja fuerte donde almacenar mucho oro y muchas joyas.
El matemático se encerró durante seis meses en su estudio y al final encontró la fórmula.
Una noche se presentó en la casa del hombre rico con una gran sonrisa en la cara y le dijo: Ya lo tengo. Mi fórmula es perfecta.
El hombre rico no tenía tiempo para explicaciones ya que a la mañana siguiente emprendía un largo viaje, pero le prometió doblarle el sueldo si, en su ausencia, se encargaba de sus negocios y así ponía en práctica su nueva fórmula. Éste aceptó encantado.
Cuando el rico regresó descubrió que todas sus riquezas se habían esfumado. Furioso, le pidió explicaciones.
El matemático con mucha calma le dijo que había distribuido todo entre la gente.
El rico no se lo podía creer.
Durante meses, explicó el matemático, analicé cómo se podía obtener el máximo beneficio, pero siempre era algo muy limitado. Comprendí que la clave consistía en que, no uno, sino muchas gentes podían ayudarnos a conseguir el objetivo. La conclusión era que ayudando a los demás era la mejor manera de que muchas gentes nos beneficiaran a nosotros.
Furioso y abatido se puso a caminar, pero los vecinos salían a su encuentro y le ofrecían todo lo que necesitaba, comida, casa… y pudo comprobar los resultados previstos por el matemático. Recibía honores y ayuda de todos. Cayó en la cuenta de que no tener nada le había dado mucho más.
Pronto emprendió nuevos negocios, pero siguiendo el consejo del matemático ya no guardaba nada en la caja fuerte sino que lo compartía con los demás cuyos corazones eran las más seguras y más agradecidas cajas fuertes.