Domingo 14 de agosto
20 del tiempo ordinario
Lucas 12, 49.53
Sin duda que muchas palabras de Jesús de Nazaret se aceptan
universalmente sin vacilar, pero hay otras que resultan difíciles de entender,
incluso para sus propios seguidores. Algunas de estas palabras las escuchamos
en el Evangelio de este domingo: “He venido a prender fuego en el mundo: ¡y
ojalá estuviera ya ardiendo!”, y recordamos a Jesús, con un látigo en las
manos, expulsando violentamente del templo a los mercaderes que querían
convertir la casa de su Padre en “cueva de ladrones”. Sabemos que Jesús no fue
violento. ¿Cómo entender sus palabras?
Es
frecuente oír, incluso en ambientes cristianos, que ante todo es necesario
observar la ley y el orden establecido. Es cierto que la ley y el orden son
necesarios en toda sociedad, pero con frecuencia se defienden sin tener en
cuenta si el orden establecido es o no es un auténtico desorden social en el
que se garantizan o no los derechos de la persona; o si se ha logrado que las
masas empobrecidas coman y encuentren trabajo, o si se han eliminado las
guerras y las armas nucleares…
Justicia no es lo mismo que orden, es ciertamente necesario el
orden en la sociedad, pero es necesario el orden apoyado siempre en la justicia
y en el respeto a los derechos inalienable de la persona. Habrá que considerar
si el orden establecido es un verdadero orden o es desorden por ser injusto.
El Evangelio de Jesús no es belicoso, sino sembrador de paz, de
justicia, de fraternidad para quien se comprometa a ser coherente con él. Y
esto no siempre es “bien visto y compartido por todos”.
Lucas presenta a un Jesús que es “signo de contradicción”. Él
sabe que su forma de vivir y su predicación le están llevando a una condena de
muerte. Los poderosos de Jerusalén, religiosos y políticos no están dispuestos a que su
mensaje se propague entre las gentes, resulta peligroso para su situación de
poder.
Hemos de afirmar que Jesús es signo de contradicción, que Jesús
traía división, y no una división y una paz malentendidas promovidas con
frecuencia para vivir cómoda y egoístamente.
Quien quiera ser creyente en Jesús no puede
ser fatalista, buscando, ante todo, tranquilidad y falsa paz. No puede ser
inmovilista justificando el actual orden de cosas, sin trabajar con esfuerzo
creador y solidario por un mundo mejor; ha de vivir y actuar movido por la
aspiración de colaborar en cambiar la humanidad hacia la justicia y el
establecimiento de un orden nuevo.