Domingo 7 de febrero
5º del tiempo ordinario
Lucas 5,1-11
Así
lo hicieron, y capturaron tal cantidad de peces, que reventaban las redes…
Simón Pedro se postró a los pies de Jesús, diciendo:
-Apártate
de mí, Señor, que soy un pecador…
Jesús
dijo a Simón:
-No
temas, desde ahora pescarás hombres vivos.
Lo
primero que hace Jesús es presentar a los israelitas el proyecto de Dios, el
mensaje de Dios, lo que poco antes había llamado el reino de Dios (Lc 4,43):
una oferta definitiva de salvación; pero no sólo para la otra vida, sino para
toda la vida, para todas las vidas, para todo lo que es vida.
En el
mar, en el mismo escenario en el que se desarrollan la vida y la lucha por
vencer, al menos un día más, a la muerte, allí reivindica Jesús la imagen de un
Dios que es Padre bueno y que quiere ser conocido y aceptado como tal, como el
que quiere con pasión a sus hijos, a los que, porque los ama, les ofrece su
propia vida para que, amándose, se ayuden a vivir unos a otros.
Y
después se pone a pescar con ellos. Es un trabajo duro, pero necesario, y que
no tiene por qué terminar en la frustración: «capturaron tal cantidad de
peces, que reventaban las redes». Y a la vista del éxito, Jesús los invita a
emprender otro trabajo: pescar hombres vivos para que sigan viviendo (y no como
los peces).
La
imagen que usa Jesús podríamos explicarla así: el mar es el ambiente duro y
peligroso en el que el hombre debe sobrevivir; los peligros que el mar
representa son las amenazas constantes a la vida, a la libertad, a la felicidad
de los hombres. La tarea de Jesús y la de sus seguidores consiste en defender y
salvar, en ese mar, la vida de los hombres: vida, y amor, y libertad, y
felicidad…
Ellos
sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Hay que estar dispuesto a dejar todo lo que estorba para ponerse a pescar
hombres vivos; pero sería una grave contradicción tener que renunciar para ello
a la vida.
Lo
que hay que dejar sin más es todo lo que obstaculiza la tarea que queremos
emprender, todo lo que es contrario al mundo que queremos construir: hay que
romper con la injusticia, la ambición, el egoísmo, el ansia de poder.
Hay
que dejar atrás igualmente cualquier cosa que suponga la renuncia a la propia
dignidad, cualquier realidad que constituya una esclavitud.
Porque
Jesús nos pide que estemos dispuestos a dejarlo todo, pero no para perderlo
todo, sino para que todos puedan gozar en plenitud de todo lo que es bueno.