Domingo 14 de febrero
Domingo de Cuaresma
Lucas 4,1-13
La
lucha entre el bien y el mal estarían en un ámbito superior donde nada podemos
hacer. Nosotros simplemente la sufrimos. Es una forma fácil de eludir nuestra
responsabilidad.
Un
cuento de Toni Roberson nos puede ayudar a comprenderlo:
Había
un consumado ladrón de diamantes que solo quería robar las joyas más
exquisitas. Este ladrón solía deambular por la zona de compraventa de diamantes
con el fin de “limpiarle” el bolsillo a algún comprador incauto.
Un
día vio que un comerciante de diamantes muy conocido había comprado la joya con
la que él llevaba toda su vida soñando. Era el más hermoso, el más prístino, el
más puro de los diamantes.
Pleno
de alegría, siguió al comprador del diamante hasta que éste tomó el tren, y se
hizo con un asiento en el mismo compartimento. Pasó tres días enteros
intentando meter la mano en el bolsillo del mercader. Cuando llegó al final del
trayecto sin haber sido capaz de dar con la gema, se sintió muy frustrado.
Aunque
era un ladrón consumado, y aun habiéndose empleado a fondo, no había conseguido
dar con aquella pieza tan rara y preciosa.
El
comerciante bajó del tren, y el ladrón le siguió. De repente, sintió que no
podía soportar por más tiempo aquella tensión, por lo que caminó hasta el
mercader y le dijo:
—
Señor, soy un famoso ladrón de diamantes. He visto que ha comprado un hermoso
diamante y le he seguido en el tren. Aunque he hecho uso de todas las artes y
habilidades de las que soy capaz,
perfeccionadas a lo largo de muchos años, no he podido encontrar la gema.
Necesito conocer su secreto. Por favor, dígame cómo lo ha escondido.
El
comerciante replicó:
—
Bueno, vi que me estabas observando en la zona de compraventa de diamantes y
sospeché que eras un ladrón. De modo que escondí el diamante en el único lugar
donde pensé que no se te ocurriría buscarlo: ¡en tu propio bolsillo!
A
continuación metió la mano en el bolsillo del ladrón y extrajo el diamante.
El diamante y el deseo de robarlo están en nuestro
bolsillo, en nuestro interior. La lucha entre el bien y el mal nace en nuestro
corazón. Y cada uno de nosotros somos responsables de cómo la afrontamos y qué
solución le damos.