13 del tiempo ordinario
Marco 5,11-43
Tomó a la chiquilla de
la mano y le dijo:
-Thalitha, qum (que significa:
«Muchacha, a ti te digo, levántate»).
Inmediatamente se puso
en pie la muchacha y echó a andar (tenía doce años). Se quedaron viendo
visiones. Les advirtió con insistencia que nadie se enterase y encargó que se
le diera de comer.
Levántate. La vida no
se impone; se ofrece y hay que acogerla y cuidarla -«encargó que se le diera de
comer»- y dejar que madure hasta que sea capaz de entregarse para dar más vida.
Jairo y su hija -y
también la mujer con flujo de sangre- representan la misma realidad: el
conjunto de hombres y mujeres, que son unas veces víctimas y otras cómplices de
un sistema religioso que, en lugar de contribuir a la felicidad del ser humano,
tiene como único objetivo el perpetuarse a sí mismo, y, pervirtiendo su
función, acaba por impedir la relación de la criatura con su Creador, del
viviente con la fuente de la vida, del hombre libre con el Dios liberador, del
hijo con el Padre…
La institución
religiosa y la ley, convertidas en absolutos, en fin en sí mismas, habían
condenado a estas dos mujeres a la infecundidad y la muerte. Tuvieron que
romper con la Ley abandonar la institución para poder encontrarse con Jesús,
para quien el hombre está por encima de toda ley y de toda institución. Y el
encuentro con Jesús les devolvió salud y vida, dignidad y esperanza.
«Y salió de aquel lugar». No se queda a reformar una
institución que se había aliado con la muerte, que ya no tenía arreglo; pero
antes… Jesús insiste: Levántate, muchacha; levántale, pueblo: acepta la vida y
construye tu libertad.