Domingo 1 de marzo
2º de Cauresma
Marco 9,2-10
En la vida necesitamos
equilibrar el sufrimiento con el gozo. Pues si nos acompaña solo el éxito
corremos el peligro de ser unos prepotentes y si nos persigue el fracaso es
fácil caer en la amargura.
El ir de Calvario en
calvario no es recomendable. Nos rompemos. Pero ir de Tabor en Tabor, de éxito
en éxito tampoco es el ideal. Nos volvemos inhumanos.
Necesitamos
experiencias de luz y de gozo, cuando el camino se hace duro, cuando nos
asaltan las dudas y los miedos, cuando nos sentimos tan débiles que no
aguantamos más, cuando no entendemos el porqué de tantas contrariedades o
fracasos.
Aunque parezca un
tanto extraño, cada uno de nosotros podemos ser un Tabor para el prójimo. Si
aquellos apóstoles salieron transformados de aquella experiencia-encuentro en
la montaña, el encuentro con algunas personas produce, origina en nosotros los
mismos efectos. Sin duda ninguna la escena vivida en el Tabor les ayudó a los
apóstoles a soportar con más entereza el impacto de la crucifixión.
Escuchemos a Jesús, el
hijo predilecto, que nos invita a “bajar al valle”, donde se cuece la vida,
donde recibimos decepciones y satisfacciones. No vale quedarse en las nubes
desconectados de lo que pasa aquí abajo.