Dia de la Epifania
Mateo 2, 1-12
Muchas veces
me he puesto a pensar por qué decimos “Portal de Belén”. Como si el
establo, que no era sino un cobertizo, tuviese puertas o portones. Total no
servía más que para guardar a las ovejas y protegerlas de la lluvia. Por eso
carecía de puertas. Dios nació en una casa sin puertas.
Por eso
cuando llegaron los Magos no necesitaron tocar el timbre ni el picaporte y
esperar a que alguien por la mirilla preguntase ¿quiénes son? ¿de dónde vienen?
¿qué bucan? Sencillamente llegaron y entraron porque todo estaba abierto.
“Entramos
unos minutos a la catedral y, mientras permanecíamos dentro en un silencio
respetuoso, entró una mujer con la canasta de la compra. Se arrodilló en uno de
los bancos. Permaneció en esa postura el tiempo suficiente, para rezar una
breve plegaria. Aquello era algo completamente nuevo para mí. En las sinagogas
y en las iglesias protestantes que yo había visitado se entra solo para los
actos litúrgicos de la comunidad. Pero aquí alguien puede entrar en una Iglesia
vacía, durante las horas laborables de un día cualquiera de la semana para
mantener una conversación familiar. Jamás he podido olvidar esto”.
La presencia
de los Magos en Belén fue un poco la visita de Ediht Stein a la Catedral
Francfort. Es que lo más maravilloso de Dios es que le repugnan las puertas.
Las quiere siempre abiertas para que todo el que quiera verlo y hablarle y
adorarle no necesite ni llamar, ni tocar el timbre, ni pedir visita previa con
hora fija.