EL AMOR EN SU MÁXIMA EXPRESIÓN

Domingo 4 de noviembre
31 del tiempo ordinario
Marcos 12,28b-34

Un padre llegó a casa cansado del trabajo, se sentó en el sofá y se puso a leer el diario. Su hijo de pocos años no dejaba de importunarle con miles de preguntas. El padre para quitárselo de encima tomó una página del periódico que tenía una gran foto de la tierra, la cortó en trocitos y se la dio a su hijo para que la recompusiera y lo dejara en paz.
Pasaron unos pocos minutos y el hijo volvió con el puzzle ya terminado. El padre sorprendido le preguntó cómo lo había compuesto tan rápido.
Había una foto de una hermosa mujer en la otra cara y cuando la reconstruí, la tierra también quedó reconstruida, contestó el hijo.
A nosotros nos pasa, a veces, lo mismo. Nos pasamos la vida importunando a Jesús y gritándole para atraer su atención y nos olvidamos de que se hace presente en las personas. Cada cara lleva una huella de Jesús, es una foto de Jesús que hay que recomponer. Cuando recomponemos nuestras relaciones humanas, recomponemos, al mismo tiempo, el rostro de Jesús.
Le hacen una pregunta a Jesús. ¿Cuál es el primer mandamiento? Pregunta fácil para Jesús y también para nosotros que conocemos la Escritura.
La primera invitación que se nos hace es la de la escucha. Tener hambre de la Palabra de Dios.
Somos una comunidad convocada a escuchar una historia de amor.
La historia de Dios que nos amó el primero. Por eso decimos antes de proclamar la Palabra: escuchemos la proclamación de la Palabra de Dios.
Con el oído y el corazón abiertos, la Palabra sabe mejor y produce más impacto.
"Escucha" la respuesta de Jesús: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…." Y amarás a tu prójimo…”
Cuando vemos en la cara de los hermanos la cara de Dios completamos el puzzle de la creación. No podemos elegir una sola dimensión del amor. No podemos decir que amamos a Dios y decir mi hermano es peor que un virus que no puedo amar.
Dios y el hermano, unidos para siempre en la vida del creyente. Difícil pero así es la voluntad de Dios.
El Señor no solo vino a recordarnos este su gran y único mandamiento. Él nos llama a amar con el corazón, el alma y la mente, es decir, compromiso asumido por todo mi ser. Yo entero, inteligente y libre, estoy llamado a amar a Dios y al hermano.