Domingo 8 de julio
14º Tiempo ordinario
Marcos 6,1-6
Jesús
se hizo uno de los nuestros, y solamente a través de este hombre como nosotros
que es Jesús de Nazaret (y no a través de las elucubraciones que podamos hacer
sobre la divinidad), podemos llegar a Dios: el evangelio de hoy, en definitiva,
contiene en sí todo el misterio del abajamiento de Dios, el misterio de la
cruz. La fe cristiana no existe al margen de la realidad cotidiana y dura. La
fe cristiana está enraizada en el camino humano, es radicalmente humana. Y esto
también escandaliza, como en tiempos de Jesús: los hay que preferirían una fe
hecha solamente de cosas “celestiales”, pero resulta que Dios no se nos reveló
“celestialmente”, sino humanamente. Debemos tener los ojos y los oídos abiertos a todos aquellos que puedan
enseñarnos algo, aunque nos parezca que se trata de alguien “de poca
importancia”, o alguien “que no es perfecto” según nuestros criterios. Por
ejemplo, hay algunos no creyentes que pueden enseñarnos solidaridad y fe en el
futuro; hay jóvenes que pueden enseñarnos a tener inquietudes y a no valorar
tanto la seguridad y la tranquilidad como si se tratara de los valores supremos.
Jesús
no pudo hacer ningún milagro, ningún signo, porque no había fe; Jesús no podría
realizar su acción a través de nuestros signos sacramentales si nosotros no
tuviéramos fe. En otros tiempos, una teología sacramental que insistía
unilateralmente en la objetividad de los sacramentos quizás hacía olvidar que,
sin la fe, nada realizan: del mismo modo que Jesucristo no actuaba mágicamente
en sus milagros sino que exigía la fe, igualmente exige la fe en los
sacramentos.