¿QUE BUSCAMOS NOSOTROS EN JESÚS?
Domingo 27-7-18
17º del tiempo ordinario
Juan 6, 1-15
Lo
primero es que todo el mundo pueda tener lo necesario para vivir. Pero la
misión de Jesús, lo que Jesús viene a decir y a hacer, no termina con esto. El
pan es un signo de un banquete más pleno, más definitivo, más para siempre. Así
como para nosotros, por ejemplo, la cena de Nochebuena no es solo una comida
que hacemos porque tenemos hambre, sino que es signo de fiesta, de unión
familiar, de alegría compartida, lo mismo ocurre con la comida que Jesús
dispuso para la multitud.
Preguntémonos:
¿qué buscamos nosotros en Jesús? Preguntémonos si nuestras únicas aspiraciones
son lograr que la vida nos funcione bien
y sin problemas, o si esperamos de él algo más. Cuando participamos del
banquete de la Eucaristía, ¿qué buscamos? Preguntémoslo hoy muy de verdad: ¿qué
buscamos nosotros en Jesús?
JESÚS SIEMPRE ESTA A NUESTRO SERVICIO.
Domingo 22 de julio
16º del tiempo ordinario
Marcos 6,30-34
Erase una vez un reino que era muy ruidoso, el chirrido de las máquinas, el estruendo de los músicos y los gritos de las gentes lo llenaban todo y el ruido llegaba hasta los confines del mismo.
Un año, el joven príncipe que había crecido en medio del ruido declaró que el día de su cumpleaños quería oír el ruido más grande del mundo. Publicó un edicto diciendo que el día de su cumpleaños, a mediodía, todos los ciudadanos de su reino se reunirían delante del balcón del palacio y durante un minuto gritarían con toda la fuerza de sus pulmones.
En un rincón lejano del reino una mujer encontró el edicto ridículo y preocupante. Y dijo a su marido que mientras los otros gritarían, ella abriría simplemente la boca y haría como que gritaba. Se lo contó también a su mejor amiga y ésta a otra y a otra…
Cuando llegó la hora señalada, el reino, por primera vez en su historia, se calló. Y el joven príncipe oyó por primera vez en su vida el canto de los pájaros, el murmullo del agua de los arroyos y el susurro del viento entre las hojas de los árboles. Y el príncipe lloró de alegría.
Nosotros también vivimos en el reino del ruido. Ruido en las calles, en las casas, en los coches y en los corazones.
¿Cuándo es la última vez que experimentaste la alegría de un profundo silencio?
Cuanto más civilizados creemos ser más ruidos somos. Dicen que el silencio es precioso ¿pero quién lo necesita?
Hacemos cosas por dinero, por placer y otras muchas para matar el tiempo. Dicen que cuando Adán se aburría con la pacífica compañía de Dios, Dios dio cuerda al primer reloj. Desde ese momento, el reloj se ha convertido en nuestro tirano y marca el ritmo de nuestras vidas.
Jesús en el evangelio de hoy invita a sus discípulos a un sitio tranquilo para descansar con Él.
Este aparte, este tiempo de paz y oración, de quietud y descanso es tan necesario como el respirar. Sin él podemos perder el centro. Donde está tu tesoro allí está tu centro. Y Dios es nuestro origen y nuestro destino.
Nosotros, como los apóstoles, necesitamos un lugar y un tiempo para descansar, orar, escuchar y aprender de Jesús.
Nuestra iglesia debería ser el área de descanso en el camino ruidoso de la vida.
16º del tiempo ordinario
Marcos 6,30-34
Erase una vez un reino que era muy ruidoso, el chirrido de las máquinas, el estruendo de los músicos y los gritos de las gentes lo llenaban todo y el ruido llegaba hasta los confines del mismo.
Un año, el joven príncipe que había crecido en medio del ruido declaró que el día de su cumpleaños quería oír el ruido más grande del mundo. Publicó un edicto diciendo que el día de su cumpleaños, a mediodía, todos los ciudadanos de su reino se reunirían delante del balcón del palacio y durante un minuto gritarían con toda la fuerza de sus pulmones.
En un rincón lejano del reino una mujer encontró el edicto ridículo y preocupante. Y dijo a su marido que mientras los otros gritarían, ella abriría simplemente la boca y haría como que gritaba. Se lo contó también a su mejor amiga y ésta a otra y a otra…
Cuando llegó la hora señalada, el reino, por primera vez en su historia, se calló. Y el joven príncipe oyó por primera vez en su vida el canto de los pájaros, el murmullo del agua de los arroyos y el susurro del viento entre las hojas de los árboles. Y el príncipe lloró de alegría.
Nosotros también vivimos en el reino del ruido. Ruido en las calles, en las casas, en los coches y en los corazones.
¿Cuándo es la última vez que experimentaste la alegría de un profundo silencio?
Cuanto más civilizados creemos ser más ruidos somos. Dicen que el silencio es precioso ¿pero quién lo necesita?
Hacemos cosas por dinero, por placer y otras muchas para matar el tiempo. Dicen que cuando Adán se aburría con la pacífica compañía de Dios, Dios dio cuerda al primer reloj. Desde ese momento, el reloj se ha convertido en nuestro tirano y marca el ritmo de nuestras vidas.
Jesús en el evangelio de hoy invita a sus discípulos a un sitio tranquilo para descansar con Él.
Este aparte, este tiempo de paz y oración, de quietud y descanso es tan necesario como el respirar. Sin él podemos perder el centro. Donde está tu tesoro allí está tu centro. Y Dios es nuestro origen y nuestro destino.
Nosotros, como los apóstoles, necesitamos un lugar y un tiempo para descansar, orar, escuchar y aprender de Jesús.
Nuestra iglesia debería ser el área de descanso en el camino ruidoso de la vida.
SOMOS TESTIMONIO DEL MENSAJE DE JESÚS
Domingo 15 de julio
15º del tiempo ordinario
Marcos 6,7-13
El
proyecto de Jesús no es cosa de piedad individual, sino un proyecto para
organizar la convivencia; dar a conocer ese proyecto tampoco es asunto de uno
solo; aunque alguno sienta una particular inclinación o esté especialmente
dotado para algún aspecto de la misma, la misión es responsabilidad de toda la
comunidad, es un asunto comunitario.
La
riqueza no es buena compañera para dar testimonio de Jesús: primero porque su
eficacia depende solo de Dios y de la libre aceptación del mensaje por los
hombres: no será el derroche de medios económicos lo que haga eficaz el anuncio
del evangelio. Les deberá bastar con lo más imprescindible: un bastón y el
calzado necesario para caminar. Y, además, los signos externos de riqueza
(«dos túnicas») son incompatibles con la misión de quienes se han de presentar
como seguidores de quien anuncia libertad, justicia e igualdad para toda la
humanidad.
Naturalmente
que los enviados de Jesús tendrán que satisfacer sus necesidades más
elementales, pero eso se resolverá gracias a la solidaridad humana, en la que
confía Jesús y en la que han de confiar los que le siguen. En cualquier caso,
el mensaje que se anuncia nunca podrá ser objeto de intercambio, nunca podrá
ser objeto de negocio: el mensaje de Jesús es totalmente gratuito.
Estos
son algunos rasgos que nos ayudarán a reconocer a los auténticos mensajeros: su
mensaje deberá estar respaldado por la comunidad que lo vive y por la opción
por la pobreza que su propia vida debe manifestar, sin olvidar el efecto,
libertad y alegría de vivir que producirá en nosotros.
SENTEMOS A JESÚS A NUESTRA MESA FAMILIAR PARA ENTENDERLE
Domingo 8 de julio
14º Tiempo ordinario
Marcos 6,1-6
Jesús
se hizo uno de los nuestros, y solamente a través de este hombre como nosotros
que es Jesús de Nazaret (y no a través de las elucubraciones que podamos hacer
sobre la divinidad), podemos llegar a Dios: el evangelio de hoy, en definitiva,
contiene en sí todo el misterio del abajamiento de Dios, el misterio de la
cruz. La fe cristiana no existe al margen de la realidad cotidiana y dura. La
fe cristiana está enraizada en el camino humano, es radicalmente humana. Y esto
también escandaliza, como en tiempos de Jesús: los hay que preferirían una fe
hecha solamente de cosas “celestiales”, pero resulta que Dios no se nos reveló
“celestialmente”, sino humanamente. Debemos tener los ojos y los oídos abiertos a todos aquellos que puedan
enseñarnos algo, aunque nos parezca que se trata de alguien “de poca
importancia”, o alguien “que no es perfecto” según nuestros criterios. Por
ejemplo, hay algunos no creyentes que pueden enseñarnos solidaridad y fe en el
futuro; hay jóvenes que pueden enseñarnos a tener inquietudes y a no valorar
tanto la seguridad y la tranquilidad como si se tratara de los valores supremos.
Jesús
no pudo hacer ningún milagro, ningún signo, porque no había fe; Jesús no podría
realizar su acción a través de nuestros signos sacramentales si nosotros no
tuviéramos fe. En otros tiempos, una teología sacramental que insistía
unilateralmente en la objetividad de los sacramentos quizás hacía olvidar que,
sin la fe, nada realizan: del mismo modo que Jesucristo no actuaba mágicamente
en sus milagros sino que exigía la fe, igualmente exige la fe en los
sacramentos.
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