25 de diciembre
Navidad
Un
día Jesús fue en busca de San Pedro, el de las llaves del cielo, y le dijo: Me
da la impresión de que dejas entrar en el cielo a gente un tanto sospechosa.
San Pedro le contestó: Lo sé, Señor. ¿Pero qué puedo hacer? Yo no les dejo
entrar, pero cuando me doy la vuelta se van a la puerta de servicio, hablan con
tu madre y ella los mete dentro. María, la joven de Nazaret y la esposa del
olvidado José, es para nosotros, la puerta de la Navidad y la puerta del cielo.
Jesús se nos antoja demasiado severo, más juez que salvador y, por eso,
acudimos a María más que a su hijo. El “no tienen vino” de María vale para toda
carencia humana que por su intercesión su hijo va a remediar. El evangelio de
la Anunciación es el evangelio de lo imposible hecho posible por el poder de
Dios. Leído el evangelio de la Anunciación con una mentalidad humana, desde la
ciencia y la procreación tal como nosotros la conocemos y vivimos, nos resulta
imposible, increíble y risible. Decimos, no pudo ser, no puede ser. Para
salvarnos, Dios no necesitaba a María, no necesitaba la encarnación, pero no
quiso salvarnos a nuestras espaldas, sin nuestra colaboración y se inventó una
madre y se hizo persona humana, esto es lo verdaderamente importante. El cómo
sucedió no tiene importancia y por más vueltas que le demos nunca lo
descifraremos, siempre nos parecerá disparatado. Estar abierto a Dios hace que
lo imposible sea posible. A María, de la que el evangelio no canta ninguna
cualidad ni se nos dice la razón por la que Dios la eligió y privilegió, se nos
dice que Dios la llenó de gracia para que pudiera acoger el don de Dios y amara
a Jesús antes de que naciera. ¿Pudo María hacer otra cosa que decir sí? Dios
esperó su sí, como espera el sí de cada uno de nosotros, los que esperamos y
creemos que el futuro viene de Dios.