Domingo 19 de julio
16 del tiempo ordinario
Marcos 6,30-34
Creo que no estaría de
más volver unos años atrás en el tiempo y recuperar algunos textos de la
Exhortación Apostólica sobre “La evangelización en el mundo contemporáneo”,
publicada por el Papa Pablo VI en 1975.
El documento empieza
con estas palabras: “El esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los
hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza, pero a la vez
perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un
servicio que se presenta a la comunidad cristiana e incluso a toda la
humanidad”.
Y en el nº 76 afirma:
“El mundo, que a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios lo busca
sin embargo por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el
mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos
conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible. El
mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración,
caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres,
obediencia y humildad, desapego de sí mismos y renuncia. Sin esta marca de
santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los
hombres de este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana e infecunda”.
Eso es lo que Jesús
quería hacer llevándose a los doce a un lugar apartado. Eso es lo que da
garantía a la labor evangelizadora y misionera a la que todos los cristianos
estamos llamados. De otra manera estamos llamados al fracaso.