Domingo 15 de septiembre
24 del tiempo ordinario
Lucas 15,1-10
En
demasiadas ocasiones nos parecemos a
aquellos judíos que se consideraban justos, buenos y cumplidores. Si a veces no
hemos criticado o murmurado de algún seguidor actual de Jesús porque también
iba con quienes consideramos "pecadores".
No
hay duda que hoy la Iglesia, quienes nos consideramos fieles cristianos,
quisiéramos que quienes consideramos "pecadores" se convirtieran y
orientaran su vida según la verdad y el amor de Dios que nos reveló Jesús. Pero
quizá, en bastantes ocasiones, parecemos quererlo de un modo más teórico que
real, ya que lo pretendemos casi diría "a distancia", sin
relacionarnos con ellos, sin "comer" con ellos.
La
conversión de un solo pecador causa la gran alegría de Jesús. Y este solo
pecador puedo ser yo, puedes ser tú, puede ser cada uno de nosotros. ¿Hemos
pensado nunca, cuando nos sentimos y sabemos pecadores, que nuestra conversión
causará esta inmensa alegría de Dios, de la que nos habla Jesús?
Y
en el mismo sentido hemos de leer la parábola del hijo pródigo. Cada hijo, tu,
yo, el de enfrente… tiene tanto valor como una multitud. Más allá de nuestras
actitudes, todos somos importantes y únicos a los ojos de Jesús y motivo de su
alegría.