Domingo 20 de enero
2º del tiempo ordinario
Juan 2,1-11
Nosotros
ya sabemos lo que sucedió: el agua, es decir, el aburrimiento, la vergüenza, el
sufrimiento, la tristeza... se convirtió en vino: alegría, animación,
abundancia, vida...
"No
tienen vino". Se convierte en un gran símbolo. El símbolo de un mundo
roto. El símbolo de una vida rota.
Miramos
a nuestra vida o a la vida de las personas que conocemos; miramos a nuestras
pérdidas necesarias e innecesarias. Nos miramos en el espejo y nos oímos decir:
"Ya no tengo vino". ¿Lo has dicho alguna vez? Seguro que sí.
Ya
no tengo paciencia. Ya me he quedado sin fe. No tengo dinero. Ya no confío ni
en mi mujer. La luna de miel se acabó. La vida es insoportable. Cuando dices
alguna de estas cosas estás afirmando que te has quedado sin vino.
El
problema no está en que te hayas quedado sin vino o que tengas una herida en el
dedo o en el corazón. El problema es éste: ¿hay una madre o un niño de cuatro
años que se dé cuenta y te ofrezca ayuda o te indique donde puedes conseguir
una buena ayuda, un buen consejo...? Aquí viene en nuestra ayuda el evangelio
de hoy. Jesús quiere entrar en nuestra vida con su poder para transformar
nuestra miseria en el vino del crecimiento y de la realización.
Jesús
contó con la ayuda de aquellos sirvientes y necesita también nuestra ayuda para
seguir realizando nuevos signos.
Jesús
no resolvió los problemas del mundo: la educación, la guerra, la seguridad
social, las drogas, la pena de muerte... Aquel día Jesús era un simple invitado
en el banquete de bodas pero su presencia hizo una gran diferencia.
Con
la ayuda de los sirvientes cambió el agua en vino y cambió la tristeza en
alegría.
María
dijo a Jesús: "No tienen vino" Y dijo a los sirvientes: "Haced
lo que Él os diga".
Y el vino nuevo no estaba en esas tinajas de
piedra, -corazones de piedra-, Jesús era el vino nuevo, el milagro nuevo, el
nuevo rostro de Dios, la nueva bendición para todos los que nos hemos quedado
sin vino en algún momento de nuestra vida.