Domingo 29 de mayo
Día del Corpus
Lucas 9,11b-17
Sirva como reflexión del evangelio de hoy la siguiente
historia.
July nació con una deficiencia
profunda. Para su papá y su mamá fue un golpe muy fuerte, sobre todo al
comienzo… “Nadie se espera un regalo como este”, me decía alguna vez su papá,
después de que fue acogiendo el misterio de la vida de July, limitada y con
muchos problemas, pero plena ante los ojos de Dios. Poco a poco, los demás
hermanos y hermanas fueron aprendiendo, como sus papás, a convivir con July.
Pero no fue fácil… Había que hacérselo todo y cuando tenía las crisis, ponía a
todos a correr. Siempre estaban recibiendo nuevas lecciones de July. Sin que se
dieran cuenta, esta niña frágil, indefensa y llena de impedimentos, se fue
convirtiendo en el centro de toda la familia.
Cuando tuvo la edad para recibir
su primera comunión, sus papás fueron a ver al sacerdote de la parroquia, que
la había bautizado y que le había dado la primera comunión a todos los hijos e
hijas mayores… De modo que los padres de July le dijeron a su párroco: “Nos
gustaría que July recibiera su primera comunión. Ya ha cumplido la edad y le
hemos enseñado lo que hemos podido sobre el amor y la cercanía de Dios en su
vida. Ella no puede hablar, ni sabe
las oraciones, pero consideramos que debe participar, como todos los demás, de
este regalo semanal de Dios a cada uno de nosotros”
El sacerdote, un poco confundido
por la propuesta, no supo bien qué decir. Nunca se le había presentado un caso
así y la preparación para la primera comunión era muy exigente en esa
parroquia. Los niños y las niñas participaban de la catequesis durante casi un
año, aprendían las oraciones, las enseñanzas de Jesús y, sobre todo, el
significado profundo de la eucaristía… No era conveniente hacer excepciones,
sobre todo porque podría crearse un mal ambiente entre los feligreses más
cercanos; de modo que, después de mucho pensarlo, el párroco dijo: “Lo siento,
pero me temo que no podrá ser, puesto que July no va a entender lo que va a
recibir”. Carmen, la mamá, se quedó mirando al padrecito a los ojos y le
preguntó: “Padre, ¿y me va a decir que usted sí entiende lo que recibe cada día
en la eucaristía?” El sacerdote bajó los ojos y pidió perdón por haber
pretendido ser dueño de un regalo que Dios dejó para todos y que, aunque
recibimos con cierta frecuencia, nunca podremos entender en toda su
profundidad.
Algún tiempo después, July
recibió su primera comunión con el grupo de niños y niñas de la parroquia.
Ella, regalo de Dios para su familia y para el mundo, fue acogida por Dios en
su mesa, para participar del gesto que realizó Jesús delante de sus discípulos,
mientras comían: “tomó en sus manos el pan y, habiendo pronunciado la
bendición, lo partió y se lo dio a ellos diciendo: –Tomen, esto es mi cuerpo.
Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a
ellos, y todos bebieron”. Así fue como July se acercó por primera vez a la mesa
de la comunión. Ella, como tú y como yo, sin entender completamente este
misterio, fue abrazada por el misterio del amor de Dios que se entrega hasta el
extremo y nos invita cada día a hacer lo mismo en memoria suya.